domingo, 23 de marzo de 2008

Ya tengo un pie ahí

No tenían razón quienes siempre, suspicaces, decían que esa mi promesa debía entenderse por lo contrario: que mi intención era en realidad no ir a donde me convidaran. Lo cierto es que usualmente la soltaba porque, al menos en principio, me interesaba atender la invitación. Y por eso mi respuesta era "Ya tengo un pie ahí". Pero, sobre todo, lo admito, la razón por la cual me gustaba dar esa respuesta era que sonaba muy distinta al "sí, voy a ir". Era más divertida, más lúdica, más personalizada y menos ritual.

¿Por qué hemos de ser tan rituales las personas? La previsibilidad, la ecuanimidad y la severidad pueden ser virtudes, aunque la espontaneidad, la efusividad y la disposición a divertirse son nutrientes esenciales para una dieta emocional balanceada. ¿Por qué las personas se asustan y te ven con cara de compasión cuando un día cualquiera -el día que quisiste- les deseaste un feliz día? "Yo no cumplo años hoy", me ha respondido alguna que otra alma con vocación de reloj suizo. Y uno se asusta porque en lugar de agradar generás desconfianzas y sospechas. De repente es peligroso expresarle a alguien un buen deseo, es pecaminoso sonreírle o es abuso acariciarle la mano.

Alguien escribió hace tiempo una deliciosa aproximación al gusto de saltar las pautas rígidas que nos enclaustran y que nos hermanan con las agendas electrónicas: "La espontaneidad es la capacidad de hacer algo solo porque se sienten deseos de hacerlo en el momento. De tomarnos por sorpresa, de confiar en nuestros instintos y arrancar de las garras de nuestra rutina bien organizada un poco de placer no programado."

¿Por qué hay que pedir un abrazo para que alguien se anime a darlo? ¿Por qué hay que irse para que alguien se anime a decirte cuánto te aprecia? ¿Por qué ocultamos nuestras mejores palabras, nuestros mejores sentimientos y nuestros mejores deseos? Eso lo pregunto al aire, a todos y, especialmente, a mí mismo. Prometo trabajar en eso. Ya tengo un pie ahí.

1 comentario:

Urania dijo...

La respuesta es simple y creo que tú la conoces, porque sino no estarías afirmando que trabajarás en eso. Es el simple y llano miedo, el miedo al rechazo, a la desilusión, al dolor. Puedes cuestionar ese derecho a temer? A esconder palabras, frases, sentimientos? No, no creo, porque todos los seres humanos, y hasta los más inhumanos, padecen de eso. No te salvas de ese pecado, ni yo.
Y no se trata de falta de valentía ni mucho menos deseos de no ser originales o menos rituales. No se trata solo de esconder palabras y sentimientos. Se trata de evitar el sufrimiento, se trata de la precaución, del instinto de supervivencia!!! Por qué? Porque todo mundo tiene derecho a protegerse del dolor, de la pérdida, del ser vulnerable ante los otros, de equivocarse de momento; todos tienen derecho de decidir romper sus propios silencios cuando se sientan seguros o crean estar seguros de que a esa persona a quien abrirán los brazos, a quien le dirán lo que está sintiendo, sea mucho o poco, no dará la vuelta a la primera esquina, dejándonos abrazando la nada y con la rabia en los labios.
Es eso espontáneo? Yo creo que sobrevivir es parte de la espontaneidad de este mundo, de la misma necesidad de este mundo, pero también lo es el arriesgarse. Lo que debes cuestionar, entonces, es la capacidad individual, la tuya, de arriesgarse o de protegerse y ver de qué te quieres proteger o a qué te quieres arriesgar y decidir. Si no lo has hecho, no puedes juzgar, ni hablar, porque el ser espontáneo y arriesgarse pasa por tomar decisiones y saber que tu decisión puede afectar a otros, tanto o más que tu indecisión, porque las indefiniciones pueden ser peor que los rituales de la vida. That's real life!!!