domingo, 23 de marzo de 2008

Señor presidente: saber...

¡Gran poder de dios! ¿Qué clase de pregunta es esa? ¡Y las hacen periodistas! Por eso se entiende que la información que sacamos a los funcionarios o a cualquier entrevistado, en general, sea pobre. Es que no se les pregunta, y francamente yo no tendría paciencia para jugar a las entrevistas y me abstendría de responder a quienes me preguntaran sin preguntar.

Los periodistas, que vivimos del lenguaje, somos de lo peor para usarlo. Más que usarlo lo maltratamos. Y maltratamos a la gente, a la pobre gente que tiene que soplarse nuestras entrevistas o notas en televisión, en radio, en papel o en internet. ¿Cuántas veces no hemos escuchado a un periodista -¿periodista?- de televisión referirse con una ridícula jerga a los más diversos asuntos del país? "El accidente de tránsito se produjo en lo que es la Avenida Juan Pablo II..." ¡"Lo que es la Avenida Juan Pablo II..."!

A eso (aquí está bien usado) agreguémosle otro recurso estilístico muy socorrido: "A eso de las 7 de la noche..." ¡"A eso de"! Y ya que estamos enumerando añadamos otros y pongámoslos a competir por su nivel de ridiculez e inutilidad: "Los asaltantes se bajaron a la altura del kilómetro 23..." ¡"A la altura del kilómetro 23"! Si iban escalando, baste recordar que el Everest tiene menos de 9 kilómetros, lo que hace imposible la altura del kilómetro 23. Y para hastiarnos rápido recordemos las jergas policiales y escribamos "el sujeto", las de los politiqueros ("la problemática"), las de los abogados y jueces y fiscales ("le decretaron detención provisional con instrucción formal"), las de los amantes de la ignorancia supina ("llevaba un revólver calibre 38 milímetros no registrado"... ¡38 milímetros! Eso dispararía balas del diámetro de un guineo grande)...

Una vez recibí -tristemente tengo que admitirlo- una lección de un político. Estaba en el edificio de Fusades y me encontré con Fabio Castillo, entonces coordinador del FMLN. "¿Y usted quién es?", me preguntó, a quemarropa. "Trabajo en La Prensa Gráfica", le respondí, porque no me sentí obligado a decirle mi nombre. El hombrecito enjuto del cigarrillo perenne me restregó en la cara mi error: "No le pregunté dónde trabaja, sino quién es". En efecto, estamos acostumbrados a expresarnos mal y pensamos que la gente no lo nota. La gente lo tolera. Pero además, se nos olvida que los periodistas deberíamos tener siempre presente que un suplemento de nuestro trabajo debería ser, en la medida de las posibilidades de cada quién, la pretensión de enseñar, la aspiración de educar aunque sea un poquito cada día, de hacer mejores audiencias y lectores.

Así que, señor presidente, no se dé por aludido cuando alguien le pregunte: "Señor presidente: saber su opinión sobre la opinión del presidente de Estados Unidos sobre la opinión del presidente de Venezuela sobre la opinión de las agencias de inteligencia estadounidenses sobre la posibilidad de que el presidente de Venezuela pueda financiar o no la campaña del FMLN"

La mentira os hará libres

El plan de gobierno de Antonio Saca se llama País Seguro.
Saca asumió la presidencia el 1 de junio de 2004. Saca gobernó un 58.33% de ese año, y su antecesor, Francisco Flores, un 41.67%.
El Salvador cerró 2004 con un promedio de 8 homicidios diarios. Sin contar abortos ni muertos en accidentes de tránsito. Asesinatos, pues.
En 2005, el promedio de homicidios se elevó sustancialmente y marcó un récord panamericano, un máximo en todo el continente. 3,761 asesinatos, para una media de 10.3 diarios y una tasa de 54.71 por cada 100,000 habitantes. Muy por arriba del segundo lugar del continente, Honduras, y de Guatemala y Colombia.
Pero eso no fue nada, porque en 2006 la administración Saca fue capaz de hacer olvidable el logro del año anterior, y estableció una nueva marca: 11 asesinatos al día. Eso da una tasa de casi 57 homicidios por cada 100,000 habitantes.
¡Y esa epidemia de asesinatos -la OMS considera epidemia cuando hay una tasa superior a 10 por cada 100,000- tampoco fue nada! Tampoco fue nada porque en 2007 ya supimos que las proyecciones de población estaban muy alejadas de la realidad y que el año anterior éramos menos de 6 millones de salvadoreños, y no los 7 millones que se estimaban para julio. Con menos gente, los salvadoreños hemos estado corriendo más riesgos que los que pensábamos. Más probabilidades de morir asesinados.
¡Pero esta verdad tampoco es nada comparada con la verdad de quienes llevaron a El Salvador a campeonizar a costa de la vida de miles de salvadoreños! En mayo de 2006, el ministro de Seguridad, René Figueroa, dijo en una entrevista a La Prensa Gráfica que al actual Ejecutivo le entregaron un país con 14 homicidios al día. Hace unos meses, el presidente Antonio Saca aseguró que había recibido el país con 13 homicidios diarios. Y hace unos días, en el programa Foro País La Prensa Gráfica, el viceministro Ástor Escalante dijo que eran cuentos que El Salvador es el país más violento de América. Incluso se atrevió a mencionar que México tiene más alta tasa de asesinatos, cuando el país de los charros no llega ni al décimo lugar en este ranking fatal.
Miente, miente, miente, que algo quedará. Lo hizo Göbbels. Y es tal la eficacia de esa técnica que el mismo candidato presidencial del FMLN, durante su discurso de estreno en el estadio Cuscatlán, en noviembre de 2007, asumió esas mentiras como verdades. Funes dijo en un tramo de su alocución que era pobre logro haber bajado la cantidad de homicidios de 14 a 11. ¡Y menos mal que Funes -se supone- es una persona más o menos bien informada y que tiene un séquito de asesores! Increíble, pero Funes le compró el discurso a Saca y Cía. ¿Y cómo no corremos el riesgo de comprarlo el resto de salvadoreños que no tenemos tanto acceso a información ni asesores que nos ayuden a entender o descifrar mejor este país? Quien no lo compró fue el embajador estadounidense, Charles Glazer, ante quien la tasa de asesinatos se le hace "espantosa".

Si excusas ofrece el Ejecutivo a la gente, que las busque bien. Que no hablen de escaso presupuesto, que el mismo Figueroa había negado esa necesidad un año antes de pedir el fideicomiso. Pero más que excusas, lo que hace falta es transparencia y honestidad para aceptar un fracaso rotundo. Y no creo que la hallemos a corto ni a mediano plazo, pues ahora uno de los principales encargados de hacer el país seguro que prometió Saca, es el candidato presidencial. El candidato del presidente que pide que se cuide el sistema de libertades. ¿Libertades para qué? ¿Para morir en la ignorancia de que este país es incluso más peligroso que lo que se ha dicho?

Ya tengo un pie ahí

No tenían razón quienes siempre, suspicaces, decían que esa mi promesa debía entenderse por lo contrario: que mi intención era en realidad no ir a donde me convidaran. Lo cierto es que usualmente la soltaba porque, al menos en principio, me interesaba atender la invitación. Y por eso mi respuesta era "Ya tengo un pie ahí". Pero, sobre todo, lo admito, la razón por la cual me gustaba dar esa respuesta era que sonaba muy distinta al "sí, voy a ir". Era más divertida, más lúdica, más personalizada y menos ritual.

¿Por qué hemos de ser tan rituales las personas? La previsibilidad, la ecuanimidad y la severidad pueden ser virtudes, aunque la espontaneidad, la efusividad y la disposición a divertirse son nutrientes esenciales para una dieta emocional balanceada. ¿Por qué las personas se asustan y te ven con cara de compasión cuando un día cualquiera -el día que quisiste- les deseaste un feliz día? "Yo no cumplo años hoy", me ha respondido alguna que otra alma con vocación de reloj suizo. Y uno se asusta porque en lugar de agradar generás desconfianzas y sospechas. De repente es peligroso expresarle a alguien un buen deseo, es pecaminoso sonreírle o es abuso acariciarle la mano.

Alguien escribió hace tiempo una deliciosa aproximación al gusto de saltar las pautas rígidas que nos enclaustran y que nos hermanan con las agendas electrónicas: "La espontaneidad es la capacidad de hacer algo solo porque se sienten deseos de hacerlo en el momento. De tomarnos por sorpresa, de confiar en nuestros instintos y arrancar de las garras de nuestra rutina bien organizada un poco de placer no programado."

¿Por qué hay que pedir un abrazo para que alguien se anime a darlo? ¿Por qué hay que irse para que alguien se anime a decirte cuánto te aprecia? ¿Por qué ocultamos nuestras mejores palabras, nuestros mejores sentimientos y nuestros mejores deseos? Eso lo pregunto al aire, a todos y, especialmente, a mí mismo. Prometo trabajar en eso. Ya tengo un pie ahí.

domingo, 16 de marzo de 2008

El país que se llamaba Síap

Me cuento un cuento:
Érase una vez un país en el que todo -o casi todo- funcionaba al revés. La gente sana moría prematuramente, los niños se mataban trabajando para criar a sus padres y los presidentes y los diputados eran personas con nobles intenciones. Un amanecer en el que el sol estaba ya poniéndose en levante, Ignacio se ataba con los pies las cintas de los zapatos calzados en sus manos. El niño se incorporó sobre el cielo de su casa y comenzó a caminar sobre sus largos y delgados brazos, y entonces recordó que esa mañana no tenía por qué ir a trabajar. La semana anterior había presentado su carta de renuncia a su jefe inmediato, anticipándole con tres semanas su retiro. Pensaba el ingenuo que el trabajo es asunto de personas responsables. Pensaba el inocente que en cuestiones profesionales hay que actuar como si se fuera responsable. Como si la nobleza y la consideración fueran importantes para la sana convivencia. A Ignacio le flaquearon los brazos y pensó, tambaleándose: "O sea que para mi jefe hubiera sido mejor presentar el mismo día de mi retiro mi carta de renuncia". Entonces sospechó algo raro: entendió que ese absurdo solo podía ser producto de que estaba soñando. Y comenzó a luchar en su mente para tratar de despertarse. Tras retorcer su cuerpo y su mente unos segundos en la cama, se despertó. Y, ya despierto, sonrió aliviado. Todo funcionaba como en la vida real, como lo había visto en la tele, como lo había vivido en sus cortos 10 años de vida. ¡Y tenía que ir a estudiar! De un salto cayó al piso, temiendo oír el inminente grito de su madre -"¡te agarró la tarde, te dormiste otra vez!"-. Pero no fue eso lo que oyó, sino el golpe apagado y seco que produce un cuerpo al caer al piso frío. Y eso lo despertó de verdad. Y recordó que los diputados tenían intenciones nobles. Y que los niños manteían a sus padres. Y que por suerte su familia estaba enferma y, por lo tanto, a salvo de peligro de muerte. Al despertar de verdad supo que ese día no tenía que ir a trabajar porque su jefe, ofendido, le había dicho que lo correcto era que se fuera como muchacha que se desvanece como fantasma un día cualquiera. Que las bobadas de anunciar con anticipación su renuncia eran eso, bobadas y puras patrañas. Que agradeciera que estaba de buenas y no llamaba a la policía. Que agradeciera que tal responsabilidad y consideración no se penara con cárcel ahí. Ahí, en ese país llamado Síap.